domingo, 2 de noviembre de 2008

Creadores de sombras


Hubo un tiempo en el que Roland Joffé hacía películas como Los gritos del silencio o La Misión. La primera no me entusiasma, la verdad. La segunda tiene partes flojas, sobre todo en lo narrativo, pero también las tiene sublimes. Creo que las dos se dejan ver y en algún momento, consiguen sus objetivos. Otra cosa es que esos objetivos sean un poco tramposos o que tengan un parentesco excesivo con el melodrama. A Joffé, en cualquier caso, hay que reconocerle una capacidad técnica y un afán por conseguir de sus películas imágenes de esas que, mediata o inmediatamente, se hacen imborrables. Esta frase, por cierto, tomada como definición del cine no me parece excesivamente buena ni mala, pero tiene algo de indiscutible. Lo malo es cuando ese afán esteticista, que no es del todo ajeno a la vanidad, se encuentra con la falta de ideas. En esta Creadores de sombras hay algunas escenas que, al querer ser memorables, se arrastran casi hasta el nivel de la parodia, lo cual no me parecería mal si el resto de la película las acompañase en ese movimiento. Pero esta pretende ser una recreación "seria" del Proyecto Manhattan. En concreto de la última fase del proyecto, del acelerón definitivo que condujo a la creación de La Bomba, cuando la posibilidad de que los alemanes se hiciesen con el proyecto parecía un riesgo evidente e inaceptable.
De esta película se salva, sobre todo, Paul Newman, que solventa con decencia un personaje demasiado esquemático. Un personaje que sería, de nuevo, excelente en una parodia, pero que se hace insoportable cuando se pretende que lo tomen en serio. Algo parecido sucede con el resto de actores. Casi todos me parecen intérpretes notables en personajes ramplones. La mejor parada es la buena de Laura Dern, tal vez porque tiene un papel menor como -¿alguien lo adivina?- abnegada y enamorada enfermera militar.
Y ahora la pregunta es ¿por qué escribir sobre una película que no me ha gustado? He aquí la cuestión. Cuando hay algo sobre lo que no merece la pena escribir, un buen truco es pensar sobre qué deberíamos escribir realmente -asumiendo que hay que escribir, forzosamente. Y si pensamos en qué película sobre La bomba merece que se ocupen de ella la respuesta, al menos para mí, está clara: la mejor película sobre la bomba sigue siendo Teléfono Rojo volamos hacia moscú. Esto, por supuesto, con permiso de Goodzilla, pero siempre que hablemos del Godzilla personaje-mito (nunca de la película) y siempre desde una perspectiva concreta, que puede ser discutible pero, a menudo, es también la única tolerable.
Si la mejor película sobre La bomba es Teléfono Rojo y si mencionamos la salvedad de Godzilla, por aquello de evitar los dogmatismos, entonces hay algo en el tema que mueve hacia la parodia. Teléfono Rojo es parodia de por sí y Godzilla sólo resulta soportable hoy en día visto desde la parodia. Una película como Creadores de sombras resulta mala -fallida, gustan de decir algunos-, entre otras cosas porque no es parodia. Porque pretende ser seria según una cierta forma de pensar -no diré una cierta escuela, porque no lo es- que considera como serio lo "real" y que no siempre se para a pensar lo suficiente en que ese concepto de "real" precisa, hoy más que nunca, de una defensa encarecida, una defensa que no tendrá resultado alguno si se encara como "defensa pese a la obviedad" porque es precisamente a causa de esa obviedad que la defensa resulta necesaria. Ahora habrá quien piense que esta frase defiende un determinado concepto de realidad que además sería recto y preciso. Qué le vamos a hacer, hay gente que es que no sabe leer.
Creadores de sombras pretende ser seria (ergo, real) a la hora de encarar un tema que podría ser absoluto. La creación de La bomba y el Proyecto Manhattan no sólo son el sonoro y definitivo carpetazo de la era ilustrada y del progreso concebido como un avance continuo y feliz. También son una pregunta, quizás todavía intolerable, acerca del hombre, de su naturaleza, de su sentido. Sobre todo resulta intolerable la pregunta sobre el sentido, porque da la impresión de que el sentido del hombre, si lo tiene, sólo puede ser algo espeluznante. Prometeo ardiendo entre las llamas.
Ya casi al final de Creadores de sombras hay una imagen epatante, pero no en el sentido que Joffé hubiese querido. En la primera prueba de la bomba A (la famosa Prueba Trinity) el hongo nuclear se refleja sobre las gafas de Dwight Schultz, que interpreta a Oppenheimer. Es todo lo que se ve en la película de La Bomba. Ni siquiera hay una toma directa del hongo, aparte del reflejo en unas gafas de seguridad que, además, dan a Schultz el aspecto de un supervillano de comics. Lo único que se cuenta de la acción real de la bomba aparece en los típicos carteles que, al final de la película, informan del destino de los personajes principales. Carteles que, además, en lo que se refiere a La Bomba, se limitan a la información consabida sobre el número de muertes en Hiroshima y Nagasaki. De nuevo la parodia, de nuevo el reflejo. De nuevo cierto lugar en el que "lo real" no se puede soportar.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Matiz a lo de Todorov

Me adelanto y les digo que lo del Príncipe de Asturias a Todorov tiene truco (o trampa, o trato, vaya). No le han dado el Premio de las Letras (que ha recaído en la para mí ignota Margaret Atwood), sino el de Ciencias Sociales. Ello supone que lo que se valora es más su labor de, digamos, «análisis cultural», que su faceta de semiólogo, crítico o teórico de la literatura. Sin haber leído sus últimas obras ―situadas todas ellas en esa difusa línea―, lo que todo esto me parece no es sino la constatación del giro que está experimentando el área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada hacia los Estudios Culturales. Algo evidente a todas luces en los campus estadounidenses y también, claro, en sus secuaces europeos.

Se trata de un movimiento curioso: en Estados Unidos diseñan sus estudios pensando en lo que harían en Francia, mientras tanto, en el país galo hacen lo propio intentando averiguar qué triunfaría más en tierras americanas. Y a todos parece contentarles el invento. Lo único que se resiente es aquello que con justicia podríamos denominar la cultura o el saber y que, más modestamente, de lo que se trata es de escribir buenos libros. De dar en el clavo, vaya. ¿Cuál fue la última aportación relevante francesa o americana al campo de la Teoría de la Literatura? Yo tampoco la recuerdo.

Por si fuera poco, la vieja guardia está casi fuera de juego. Harold Bloom publica de una manera compulsiva libros cuya obsolescencia es inmediata y me cuentan que George Steiner desbarra de manera sonrojante en «Los libros que nunca he escrito».

Últimamente lo único que me interesa es Chesterton. En Acantilado parecen decididos a editarlo como Dios manda en castellano. Brindo por ello. A ver para cuando se deciden por «Ortodoxia».

En dicha editorial, por cierto, han sacado un estudio de Auerbach sobre Dante.

Suena el «Abbatoir blues» de Nick Cave & The Bad Seeds. Muy apropiado para esta tarde de noviembre. La mirada de Marx desde la portada de los «Manuscritos de economía y filosofía» parece darme la razón.

martes, 21 de octubre de 2008

Sin que repose

Escribo a borbotones. 

«Batman: El caballero oscuro» (The Dark Knight) es una película excelente. 

«Vicky Cristina Barcelona» tenía una pinta terrible, y el caso es que no está nada mal A priori la idea de contemplar un vídeo promocional de la ciudad condal a lomos de los omnipresentes Bardem y Scarlett Johansson no me seducía demasiado. La presencia de Penélope Cruz no añadía nada bueno al extraño combinado. Pues he aquí que Bardem no empalaga, Scarlett está correcta y Penélope protagoniza la escena más intensa del film ―y, en general, está bastante graciosa―. Si aún no lo han hecho, véanla en versión original. 

La de Batman, insisto, demoledora. 

Además me he comprado, a hurtadillas, «El silencio de las sirenas» (el volumen de fragmentos póstumos de Kafka). En la editorial Debolsillo (son las mismas traducciones que las de Galaxia Gutenberg). Abriéndolo al azar he encontrado momentos a la altura de sus «Aforismos». Y eso ya es mucho.

Le Clezio

En realidad no tengo un interés especial en escribir sobre Le Clezio. Tampoco me desespera, la verdad, aunque escribo esto un poco porque es lo que me toca, porque no puedo desilusionar a aquellos que todavía me creen algo así como un quintacolumnista del adormecido poder francés. Por mi parte siempre he intentado negar esta filiación, pero sin demasiado éxito por el momento. Resignación. Le Clezio.
No tengo nada malo que decir de Le Clezio. Tampoco mucho más que decir, la verdad. No es un mal escritor. Al contrario, escribe bien, muy bien incluso. El problema es que vuelvo a no tener mucho más que decir.
Le Clezio comenzó escribiendo en la época del Nouveau Roman. Su primera novela fue El atestado. La novela bebe del Nouveau Roman, sí, y bebe también de Camús. Yo, por ejemplo, creo que bebe mucho más de Camús, pero este juicio no vale demasiadoy reconozco que lo sostengo sobre todo por una sensación mía -no quiere decir que sea el único en defenderlo- y quizás también por empecinamiento. En fin, no es malo empecinarse. Le Clezio recuerda a Camús, o a mí me recuerda a Camús. Pero Le Clezio no es Camús -aunque escribe muy bien Le Clezio- y a lo mejor por eso hay un momento en el que Le Clezio renuncia a parecerse más a él. Le Clezio se va alejando de Camús y de la literatura furiosa (nunca demasiado) y angustiada de sus primeros años. Conoce Centroaméria y se convierte en un escritor tranquilo. Se enamora de la naturaleza y en sus libros aparece un ecologismo intelectual, cálido, amable y hermoso. Un ecologismo avant la lettre, en cierta medida, porque Le Clezio lo escribe y lo practica antes de que el ecologismo se pusiera de moda y también antes de que la cuestión fuese considerada válida en términos intelectuales -puede que siga sin serlo-.
No es un mal premio nobel Le Clezio. No es un mal escritor. No es un escándalo que lo hayan premiado. En realidad quienes se escandalizan -haberlos haylos- son los mismos que se empeñan en negar todo valor al premio mientras el tono de su discurso es el de quien ha erigido el Nobel como una especie de competición internacional, como unas olimpiadas de la literatura por ver quién tiene al mejor escritor del mundo, al campeonísimo en la prueba de las veintiseis letras libres (con obstáculos).
Le Clezio no es un mal nobel.
El problema es que eso es todo.

miércoles, 15 de octubre de 2008

La exageración como una de las bellas artes

Nunca leo los comentarios en los blogs. No es para estar orgulloso. Es más bien el reflejo de una pereza patológica que me limita un tanto como navegante del universo web. Si los comentarios no siguen inmediatamente a las entradas, si es necesario abrir un enlace nuevo y esperar la carga, esos segundos, que seguramente malgastaré en peores menesteres, bastan para disuadirme. Pienso que, tal vez, esta resistencia se debe a algo peor que la pereza y tiene que ver con mi inercia de lector de libros, de impostor en el mundo informático. En el libro, cambiar de sección, cambiar de linea, buscar un término, exige un cierto movimiento. Es vago, pero hay acción. En el blog, en la web, el cambio implica, simplemente, espera. Esperar, para quien no lo sepa, es la peor de las torturas para un perezoso. Esperar no es divagar haraganear, ni tiene nada que ver con la holgazanería ni con el ocio. Es una tarea y una exigencia de este medio para el que no estoy del todo preparado y que, en el peor de los casos, me conducirá a la inadaptación social por incapacidad cibernética.

Comento esto porque, por casualidad,he leído un comentario en este mismo blog. Un comentario hecho hace varios meses a una entrada mía y que dice algo así como "La pregunta no es si Stevenson es o no el mejor. La pregunta es si es el único". El comentario no es, esencialmente, ni cierto, ni falso. El comentario es, únicamente, exagerado. Entenderemos aquí como exagerado esa categoría que no tiene nada que ver con los correcto o lo incorrecto. En este momento, si alguien decide acudir a su arsenal de citas de Frege o de Russell es muy libre de hacerlo, pero no creo que tenga nada que ver con eso -quizás sí, es sólo una opinión. La exageración pertenece a una categoría que tiene que ver con lo poético -tal y como lo definía Jakobson- y con lo lúdico -tal y como Jakobson olvidó definirlo- y afirma más una voluntad que un objeto. Dicho de otro modo, si tuviésemos que decidir si la exageración, al menos cierto tipo de exageraciones, son expresivas o referenciales tendríamos que escoger la primera, pero entonces estaríamos limitando su potencial. La exageración tiene por objeto la expresión de un deseo. Tal vez el término "deseo" no sea el más correcto. Si deseo implica voluntad es abiertamente inadecuado. Quizás deberíamos hablar de un mundo imaginario o supuesto o quizás "exagerar" resuma todo esto ya desde el principio. Como dijo una vez D. Ángel Gabilondo, mientras sacudía una hoja de papel: "lo hemos puesto todo perdido de palabras"

lunes, 13 de octubre de 2008

Soberbia de alfombra

Juan Manuel de Prada adopta una pose que, a todas luces, le viene grande. Un examen frenológico concluiría que la forma en que encaja el mentón al terminar de hablar, unida a la insolencia que despide desde el otro lado de esas gafas, corresponden sin duda a una psique desviada. Sus opiniones políticas son tan viscosas como su amontonada presencia y, cuando desciende a esa arena, los argumentos que esgrime lindan lo bufo.

Pero el caso es que me parece que escribe bien. De momento solo me he acercado a alguna que otra de sus reseñas literarias. No suelo, además, estar de acuerdo con el fondo de las mismas. Pero, insisto, me parece muy competente en el manejo del verbo castellano. La precaución y el escrúpulo me impiden transitar sus novelas. Les pido ayuda y consejo desde este espacio siempre insólito.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Paul Newman, actor


Se ha ido un grande. Posiblemente el que más. Estas afirmaciones siempre son arriesgadas. Brando hizo papeles más oscuros. Robert Mitchum molaba más porque le pillaron con marihuana. Bogart era Bogart. Añadan el nombre que prefieran a la lista.

Tonterías. No hay nadie mejor que Paul Newman en una pantalla. Nadie. Todo el mundo alaba «La leyenda del indomable». No seré yo quien lo cuestione. Personalmente siempre he sentido predilección por dos adaptaciones de Tennessee Williams: «La gata sobre el tejado de zinc» y «El largo y cálido verano» (en realidad ésta última está basada en un relato de Faulkner, pero, qué demonios, es una obra de Williams del mismo modo que «Match Point» no es de Woody Allen sino de Clint Eastwood).

«Camino a la perdición» me dejó bastante frío. La ausencia de toda sorpresa en el guión y de cualquier rastro de carisma en Tom Hanks colaboraron, no hay duda. Pero solo por ver el puñetazo que da Paul Newman encima de la mesa la cosa merece la pena.

Era guapo pero viril. Y era condenadamente bueno.

Se fue el mejor.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Azkena Rock Festival

Decía que hasta hace bien poco era cosa imposible disfrutar de buenos festivales en España. Algunas pinceladas en el Festimad, los lejanos Doctor Music o el Espárrago. De repente apareció aquél primer Serie Z y no me lo creía. Y desde hace ya tiempo tenemos ese glorioso oasis llamado Azkena Rock Festival.

Ellos trajeron a Steve Earle por primera vez a España, allí vi a Buckcherry cuando dos años atrás me parecía que jamás saldrían de América. También allí se reunieron los Stooges. ¡¡Y vinieron Social Distortion!!.


La edición de este año no tenía, en principio, grandes estrellas que atrajesen a las masas. Pero a cambio no había relleno. Todos los conciertos pasaron del notable alto (salvo The Lemonheads y la verbena de Marky Ramone).

Allí he descubierto a Dinosaur Jr. No son precisamente unos advenedizos en esto, Kurt Cobain y su consorte ya admiraban sus discos. Más vale tarde que nunca. Al parecer no tienen uno malo. Desde aquí doy fe de que «Green Mind», del 91, y «Beyond», del 2007, son fabulosos.


No puedo dejar pasar tampoco el magnífico concierto que ofrecieron Blind Melon con su nuevo vocalista. Danko Jones también estuvo a la altura ―y eso es mucho― y quien no haya visto a los Quireboys está, sin duda, perdiendo el tiempo.


Por su parte, Duff atacando los clásicos de los Guns demostró cómo y por qué durante unos años dominaron la tierra.

Adiós, amigos


Hace no demasiado ver festivales de rock and roll en España era ciencia ficción. Nos teníamos que contentar con los grupos que nos «descubrían» los tipos de Festimad, cuando el Festimad era el Festimad. Precisamente allí, bajo la lluvia y como de pasada, descubrí a los Hellacopters. De eso hace más de diez años ya. Me entero de que lo dejan. Mejor irse estando arriba, supongo. Una trayectoria impecable la suya. Recuerdo ver su Grande Rock en la fnac, ponerme los engorrosos cascos… y llorar. Llorar al comprobar que un disco nuevo sonase así. Y los nervios al teléfono para hablar de ello con los amigos.

Yo empezaría por el mencionado Grande Rock, By the grace of God es también un discazo incontestable. Antes de éstos grabaron Payin’ the dues, su particular tributo al sonido Detroit (Stooges, MC5) y el último disco estrictamente punk que facturaron. Sus dos volúmenes de versiones, Cream of the Crap, son también altamente recomendables, ahí figuran sus legendarias versiones de «Gimme Shelter» y «This house is not a motel». Aún les recuerdo bajo la lluvia de aquel extraño mayo, épicos, devolviéndonos la fe con la citada versión de los Stones, obligados a hacer otro bis: nadie en su sano juicio estaba dispuesto a dejarles marchar.

En su último paso por España, girando el Rock and Roll is dead, ofrecieron en Madrid un concierto apabullante.

Quizá les faltó suerte, o más variedad en sus canciones. En un par de semanas estarán por aquí despidiéndose. Me cuentan que aún quedan entradas en Escridiscos.

Gracias por todo, amigos.

sábado, 23 de agosto de 2008

Lo telúrico


A veces no hay nada más peligroso que una postal. O tal vez una película. No las que se envían por correo ―cada vez menos― ni las que se acude a ver al cine ―cada vez menos―. No, el peligro reside en aquéllas con las que se contempla el mundo. Las que se persigue encontrar o se desea protagonizar.

Si Estados Unidos domina el mundo ―y lo domina― es por su… llamémosle «cultura». Quien espere toparse con lo que su bendita ficción nos ofrece, sin duda lo logrará, pero las sensaciones que le provocará son completamente distintas de las esperadas. De repente, uno ya no es el mismo.

Pero lo que nos ofrece la cultura no son sino símbolos de la naturaleza. Y es ésta última la que nos atrapa. Puede que esto no suceda jamás, claro. Lo cual no afecta en nada a la cultura, ni, obviamente, a la naturaleza. Tan solo sirve para distinguir a los fieles.

¿Puede un paisaje arrancar lágrimas?, ¿se puede amar una tierra?.

Hasta hace no demasiado creía que el desarraigo era la condición normal de todo adulto que se tuviese por tal.

Me he rendido. Tengo esta América metida en la sangre. Y ella me tiene a mí.

P.D.: «You cheated me», de Martha Wainwright, es la canción para esta extraña noche.

El Big Sur


Tengo el mapa extendido sobre la mesa. El sueño me vence. San Francisco es una ciudad maravillosa, pero hacía un inquietante frío. Berkeley, Monterey y la casa de Stevenson, Salinas y el museo de Steinbeck.


Y el «Big Sur», Dios, el «Big Sur». La autopista 1 junto a la costa, playas solitarias y la puesta de sol más rápida que he visto en mi vida. Eché gasolina en «Gorda», el tipo era un rufián de cuidado.


Noche en San Luis Oblispo. De Santa Bárbara hacia el sur se empieza a notar la influencia de Los Ángeles. Nos acercamos a la California de postal. Santa Mónica hace los honores. En Venice Beach está todo lo que uno espera y hasta ese momento no ha encontrado: gimnasio en la playa y patinadores incluidos. También sobre patines el guitarrista con turbante que sale en unas cuantas pelis.

Los Ángeles es una ciudad inhumana. No hay dimensiones. Todo el día en el coche. No queda nada del ambiente amable y tranquilo de San Francisco. Soy incapaz de pensar en ninguna manifestación de afecto por esa ciudad. Entramos en todos los clubs del West Hollywood desde donde Guns n’ Roses dominaron el mundo. Nos faltó esa pizza en el Rainbow. Dos conciertos en el Viper ―me sorprendió lo pequeño que era― y otro más en el Key Club. Nos colamos en el Rox. Mucha impostura.

Después: el desierto. La expresión «tierra de paso» adquiere pleno sentido camino de San Bernardino. Camiones, moteles y gasolineras. Los desiertos de California son una tierra durísima. Sobre todo para el alma.

Aúllan los coyotes en el Joshua Tree. Hay luna llena y tanta luz le confiere un aspecto aún más irreal. Noventa millas de carretera cortan el Mojave, noventa millas sin nada. Parada en la 66 antes de Las Vegas.

Todo al rojo en el Bellagio. Hay que ir a Las Vegas antes de dejar este mundo. Yo, desde luego, pienso volver. La primera vez que vi Times Square al anochecer pensé que el mundo estaba en guerra tan sólo para que aquella hoguera se mantuviese siempre encendida. Al lado de Las Vegas aquello es un juego de niños. Leones vivos dentro de los hoteles, reproducciones casi a escala real de la Torre Eiffel y del puente de Brooklyn. Hielo en mitad del desierto. Quizá el último gran sistema sea el de Freud. Que lo desarrollase a partir del estudio de lo patológico resulta, desde luego, sintomático. Para entender Occidente hay que pasar por Las Vegas.

Las Vegas es el exceso, América la intensidad.

martes, 12 de agosto de 2008

Tristes tópicos


Colaboro poco en este blog. Menos de lo que debería, al menos. Esto va por gustos claro. No hace falta tener ideas demasiado retorcidas para opinar lo contrario, para opinar que escribo demasiado y que podría dedicarme a otras labores. Ya digo, va por gustos. Una de las cosas que me frenan para no colaborar más es que tengo cierta tendendia a extenderme, tendencia que contradice el espíritu del formato. Si es verdad que el medio es el mensaje (y no lo discuto) contradecir el espíritu del formato es la forma más rápida de ser expulsado de la mediocridad que habita el centro a los extremos, donde se encuentra la genialidad y la estupidez plena. Me conozco lo bastante para saber de cuál de estos puntos estoy más cerca (parecen puntos extremos, pero en realidad comparten lindes inquietantes) y por eso, por conveniencia, intento contenerme.
Tengo tendencia a explayarme, ya lo he dicho. Todo lo que quería decir en el primer párrafo, y no lo he conseguido, es que colaboro poco en este blog, pero no dejo de leerlo. Lo leo porque me gusta, y también porque este blog no es ajeno a la idea de servir como punto de encuentro con amigos que no están cerca y a los que se echa en falta. Por eso leo atentamente las entradas, y hoy, en una de ellas, me he topado con una frase sorprendente: "ha habido un tiroteo en Knoxville". La frase forma parte de la entrada anterior a esta.
Por supuesto, una frase así no puede ser inocente de cierto deseo de epatar.Ninguna objeción al respecto. En mi caso lo logra con creces. Por la frase en si y por el contexto de cotidianeidad en que se inserta. Por la frase en sí y porque enlaza con una cierta imagen que es falsa y simplista y al mismo tiempo latente y hasta precisa. Es la imagen del tópico. Tópico es decir que en los EEUU sólo hay pueblerinos armados. Además de tópico es falso. Los EEUU tienen, según todos los baremos y clasificaciones que conozco, las mejores universidades del mundo. En esas encuestas o porras eruditas que cada año intentan adivinar el próximo nobel de literatura no faltan tres o cuatro norteamericanos (ningún español a la vista), tres de los cuales seguramente lo merecen y quedarán en esa lista, a ratos vergonzosa, de nombres que lacran la supuesta magnitud del premio. Los EEUU son el estado más poderoso de la Tierra, y eso no se consigue con catetos armados. Pero, no se me ocurre ningún otro lugar de la tierra en el que se pueda integrar un tiroteo con esa familiaridad casi casi entrañable.
Entrañable, por cierto, viene de entrañar -comparte raíz, más bien- y alude a lo más hondo.
En mi tierra gallega también abundan los tópicos. Los principales son los de magias y la supuesta ambigüedad gallega. Son tópicos, claro. Pero no conozco otro lugar en el que un pueblo entero asegure, con toda familiaridad, haber visto una procesión de fantasmas.
Recuerdo ahora el caso de cierta habitación que hay en una entrañable casa gallega. La llaman "a do neno" (la del niño) y tiene la particularidad de que en ella se mecen los muebles. Entendámonos. No hablo de nada paranormal, aunque, por supuesto, haya mucha gente que se apunte de inmediato a esa interpretación. La habitación en cuestión tiene la particularidad de que, cualquier objeto (en realidad sólo objetos de cierto tamaño) que se coloque en ella estáticamente al cabo de un tiempo comienza a mecerse a ritmo regular. Por supuesto, alguna razón física habrá que pueda explicar este fenómeno que, por lo demás, se produce con una regularidad que se me ocurre calificar de "científica". Naturalmente, esta razón no es tan poderosa como para mecer milagrosamente armarios u objetos pesados, pero sí alcanza a cimbrear visiblemente objetos predispuestos a ello, tales como cunas -de ahí el nombre de la habitación-, mecedoras, objetos esféricos...
Alguna razón física habrá para ello y, sin conocer dicha razón, no dudo ni por un instante de su existencia, pero tampoco dudo del misterio de que el fenómenos se produzca justamente allí, en el lugar del tópico, donde los objetos se mueven y los muertos se levantan con la familiaridad con que se tirotean en Knoxville u ortorgan premios en Estocolmo. No dudo del misterio de que, sin saber cómo, los tópicos, que son falsos (y no intento ninguna ironía), que son simplistas y generalizadores parecen ser capaces de ajustarse sobre la realidad (tal vez sea al revés) para convertirla en una imagen de sí misma justamente allí donde esa imagen ya estaba antes.

viernes, 1 de agosto de 2008

Hudson River


De Ithaca al Tower Inn (Guilford, Connecticut) hay unas 300 millas. Paro a comer en un diner de la ruta 17. Contrariamente a lo que cuentan, la camarera es, una vez más, de lo más simpático. Me siento junto a la ventana, tras una pareja tatuada de edad indefinida. Entra un tipo y pregunta por el especial del día. Ha habido un tiroteo en Knoxville. Lleno el depósito y continúo deleitándome con el dial. La carretera me acepta como a uno de los suyos. El estado de Nueva York parece un bosque interminable. Cada vez disfruto más. Y entonces llega el Hudson. Y lo cruzo por el Tappan Zee Bridge, y suena esa canción, la canto yo también, subo el volumen y, con lágrimas en los ojos, por un instante, creo que LO TENGO.

miércoles, 23 de julio de 2008

Teoría de la lírica

Al César lo que es del César.

Hace unos días les dije que la primera conferencia a la que asistía de The School of Criticism and Theory fue lamentable. Eso me mantuvo unos cuantos días alejado de, en otro tiempo, tan apetecible foro. Volví con ocasión de la intervención de Hal Foster. No comenté nada por aquí porque fue más de lo mismo. Una patochada. Y el caso es que los libros que he ojeado del tipo en cuestión parecen bastante serios. La audiencia, como en la ocasión previa, histriónica.

Pero hoy era el turno de Jonathan Culler y de su Teoría de la lírica. Serio. Sabía de lo que hablaba (y eso, hoy en día, es lo que marca la diferencia). No me ha cambiado la vida, pero ha estado a la altura de lo que esperaba de un seminario como ése y de una institución como Cornell. El hecho de que citase a Northrop Frye en un par de ocasiones no ha hecho sino ayudar a que me cayera mejor, claro. Una insensata voz procedente del público se ha quejado de que no estaba de acuerdo con Frye (¡!), que durante muchos años el programa de su departamento consistió en desarrollar las propuestas de Frye (¡¡!!), y que afortunadamente ya no era así (¡¡¡!!!). Vive Dios.

Ha usado a Safo (en una maravillosa traducción inglesa), a Goethe (Heidenröslein; La rosa del brezal) y a Baudelaire. A éste último me lo encuentro últimamente por todas partes. Clarividente y enfermizo a partes iguales. Fragmentos de su correspondencia y unos maravillosos versos de Obsession me han convencido definitivamente para que indague más en este francés lúcido donde los haya.

Ha insistido en la preeminencia de la función deíctica o inclusiva en la poesía. De lo más interesante me ha parecido el señalar la importancia de las convenciones que demarcan un monólogo dramático. Me parece preclaro y esencial pero, ¿cuáles son esas convenciones?. Nótese que en esta respuesta puede estar también la de la pregunta ¿en qué consiste la poesía?. También se ha hablado ―sin nombrarlo― del concepto de «dramatización implícita» de Kenneth Burke. Pero lo más impactante de la tarde ha sido la intervención de una chica desde la última fila. Después de una farragosa introducción, o justificación, o confesión (no sé cómo demonios tildar el inicial galimatías), ha preguntado: «¿por qué Dios habla poéticamente?». Me ha dejado noqueado. Creo que habría que unir esta cuestión a las dos precedentes. De ese modo no avanzaríamos absolutamente nada en nuestro conocimiento. Pero tendríamos cercado el asunto.

La respuesta de Culler ha sido maravillosa. Aunque nadie parece haberse dado cuenta. Tampoco él. Ha dicho que lo que distingue al habla de los dioses no es su carácter lírico sino su laconismo.

Destaco dos libros ―que no he leído― de la bibliografía proporcionada:

Austin, J.L., How to Do Things With Words, Harvard, 1975
Genenette, G., Introduction à l’architexte, Seuil, 1979

También me da muy buena espina la nueva «Introducción» ―a propósito del vigésimo quinto aniversario de su edición― de Jonathan Culler a su On Deconstruction: Theory and Criticism After Structuralism, Cornell University Press, 2007.

lunes, 21 de julio de 2008

La vieja e inquietante América


Hace ya unos días que vi The Old, Weird America: Harry Smith’s Anthology of American Folk Music (no sé cómo se traducirá finalmente pero sería algo así como: La vieja e inquietante América: Antología de la música folk americana a cargo de Harry Smith).

Podría decirse que Harry Smith es al folk lo que Alan Lomax es al blues. En 1952 ―nótese que aún no había internet― Harry Smith puso en el mercado una monumental colección de seis discos (ochenta y cuatro canciones) de música tradicional americana grabada a finales de los años veinte y comienzos de los años treinta del pasado siglo. Cada canción incluía una nota biográfica del autor, recortes de prensa de la época, referencias cruzadas a otras interpretaciones, dibujos… En definitiva, una labor archivística y sintética sobrehumana. La compilación de Harry Smith permitió la difusión de un legado que, de otro modo, hubiera caído en el olvido más absoluto. El resurgir de la música folk en los años sesenta posibilitó el encuentro entre algunos de los intérpretes de esas canciones y la nueva hornada de artistas que se arremolinaban en torno a los campus americanos. El choque era evidente. Ancianos de setenta años ―la mayoría de ellos no eran músicos profesionales― actuando frente a una multitud de jóvenes.

En 1991 la colección fue puesta en el mercado en formato cd y se organizaron una serie de conciertos conmemorativos. El propio Harry Smith recibió un Grammy honorífico por su labor. Ese mismo año, Harry Evertt Smith moría en el Hotel Chelsea de la ciudad de Nueva York.

En 1997 su celebrada colección se lanzó al mercado en formato cd y se organizaron varios conciertos conmemorativos en los que bandas «contemporáneas» ofrecían su particular visión de algunas de esas canciones.

La película en cuestión es un collage en el que se nos ofrecen imágenes de dichas actuaciones ―inexplicablemente ninguna canción completa― mezcladas con entrevistas a aquellos que le conocieron ―especialmente emotivo resulta el caso de Allen Ginsberg―, imágenes documentales del propio Harry Smith y de los mencionados encuentros entre los jóvenes de los sesenta y unos ancianos que les miraban con cierto estupor.

La película contaba con unos materiales excelentes pero el resultado es un tanto desigual. Lo más interesante lo constituyen sin duda las imágenes de archivo de los sesenta. Las apariciones de Harry Smith resultan ―perdóneme quien se sienta ofendido― un tanto patéticas. Me explicó, el tipo de arte que practicaba Harry Smith (no era tan solo un coleccionista sino que hacía películas, pintaba…) ha envejecido francamente mal, además, lo que gran parte del público de la sala donde vi la película interpretaba como una graciosísima excentricidad ―a juzgar por las risas con las que trufaban cada una de las apariciones de Smith en pantalla―, eran signos de una perturbación mental en toda regla. Ello se fue acentuando con los años, o tal vez Harry Smith simplemente se fue haciendo viejo. Y solo cabe describir como «pobre hombre» al tipo que a duras penas acierta a recoger el Grammy en el 91.

A la incomprensible decisión de no ofrecer ni una sola interpretación completa se une el dudoso criterio a la hora de elegirlas. Cuando uno cuenta con algunos de los músicos que mejor han sabido reinventar la música folk y convertirla en eso que llaman simplemente americana ―como es el caso de Rufus Wainwright o Wilco― resulta inexplicable como no son las suyas las interpretaciones elegidas. Nick Cave sí aparece, simplemente correcto. Beck bien, y quien está soberbio es Lou Reed… ¡en clave de blues!. Ya es la segunda vez que le veo en un lance parecido ―la otra ocasión fue en la muy recomendable The Soul of a Man de Win Wenders― con excelentes resultados. Es curioso porque, en su momento, la Velvet Underground se negaba a hacer ninguna canción blues por aquello de distinguirse del resto de bandas. Si alguna vez Lou Reed sacase un disco de blues yo sería el primero en hacer cola en la tienda. Qué bueno.

Pero, como decía, el resultado es un tanto irregular. Uno se queda con la sensación de que los artistas originales eran infinitamente más honestos y directos que las actuales bandas. Éstas últimas resultan un tanto afectadas, demasiado teatrales. Y, más grave todavía, lo que queda absolutamente manifiesto es cómo aquellos ancianos que tocaban en los porches para familiares y amigos, que en la mayoría de los casos jamás recibieron dinero alguno a cambio de su música… ¡eran mucho mejores músicos!. Con honrosas excepciones.

Insisto, la película es interesante ―cómo para no serlo con semejante material de partida― pero en modo alguno cambiará la vida de nadie. La mencionada The Soul of A Man me parece, por ejemplo, muy superior. Esto me recuerda que he de acometer la tarea de ver ―no de una tacada― todas las películas que forman el ciclo que Scorsese dedicó al blues.

Quizá una pregunta que flota en el aire es por qué el blues ha aguantado mejor el paso del tiempo que el folk, por qué resulta, en definitiva, más moderno. La réplica consiste en mostrar como uno de los estilos ―el mencionado americana― que gozan de mejor salud en el maltrecho panorama del rock no existiría sin el folk, claro.

A todo esto, después de llevar años diciendo que los últimos discos de Dylan no me terminan de convencer ―sobre todo porque ya no canta―, he de decir que el último, Modern Times, es tremendo.

Coda: el genio a la pluma no lo ha perdido jamás. Mississippi es una de las mejores poesías de todos los tiempos.

miércoles, 9 de julio de 2008

Zydeco

Zydeco (pronúnciese «dsaideko») era un estilo musical para mí desconocido hasta el año pasado. Aquí en Ithaca, en el Apple Festival ―que se celebra al comenzar el otoño―, una banda local me lo descubrió. Es de origen criollo (la mayoría de las bandas son de Nueva Orleans) pero actualmente se toca por todo el país. Suena americano, claro, y eso significa country por alguna parte, pero es algo más. El mejor resumen que se me ocurre es decir que tiene todas las ventajas del reggae y ninguno de sus defectos.

Es alegre y contagioso pero no frenético, pone de buen humor y obliga a seguir el ritmo quiérase o no. Pero, a diferencia del invento jamaicano, no resulta cansino.

Esta vez se trataba de un concierto en un parque natural, una inmensa explanada de hierba con familias y amigos extendiendo manteles y toallas con el picnic, al final el escenario y, detrás, el lago. Li’l Anne and Hot Cayenne era la banda. Me hice con su último disco.

En otro orden de cosas, «My Generation», el primer disco de The Who, es lo que suena mientras escribo esta líneas. Puede parecer una recomendación un tanto obvia pero es absolutamente fabuloso. El más bluesero de los suyos. No puedo parar de escucharlo. La edición con temas extra y remasterizada es altamente recomendable. Qué buenos. Ahora mismo mi podio The Who lo conforman:

1. «My Generation». Sólido como una roca. No falla ni un solo tema.
2. «Quadrophenia». Nunca he soportado la mezcla de orquesta ―y, en general, instrumentos de viento― y rock. Ésta es la gran excepción. Temas como «The Real Me», «I’m one» o «Love, Reign o’er me» lo dicen todo.
3. «Who’s next». Aunque en conjunto puede resultar un tanto irregular contiene los tremendos «Won’t get fooled again» y «Baba O’Riley» (ambos usados en las sintonías de C.S.I. Miami y C.S.I. Nueva York respectivamente).

viernes, 4 de julio de 2008

Esperando al cuatro de julio

Estados Unidos es un mundo en sí mismo. A ratos es todo el mundo. Se me antoja el mejor lugar sobre a tierra… si uno se ha formado un criterio previamente en otro lugar. Atravesar la adolescencia ―extiéndase este periodo cuanto proceda― en este país debe de ser un absoluto infierno. Los institutos y universidades son auténticas industrias de adocenamiento. Y no por los profesores ni por el sistema educativo. Por los propios jóvenes / estudiantes. La cultura de consumo no es que haya prendido en ellos. Es que ellos son la cultura de consumo. No parece casual que los mejores ejemplos ―en el pensamiento y el arte― de actitud crítica y trabajo de calidad sobrepasen con creces los cuarenta. Hay gloriosas excepciones, supongo. El caso es que, en estos momentos, no me viene ningún nombre a la cabeza.

Pero tienen la música. No sé durante cuánto tiempo pero la tienen. Creo que la tienen a pesar de sí mismos. También eso puede cambiar, claro. Mientras tanto, vengo de ver un emocionante concierto a cargo de The Burns Sisters.

Azar es el nombre que los mortales dan a un destino que ignoran.

martes, 1 de julio de 2008

Gringos

Me gustaría mentir y decirles que vengo de una excelente conferencia presentada en el marco de The School of Criticism and Theory en la Cornell University. El caso es que vengo de allí, sí, y, muy a mi pesar ―pues siempre anhelé formar parte de ese curso―, he de decir que si en España lo de las conferencias está mal, al otro lado del océano no nos van a la zaga. Dios de mi vida, ¡cuánta osadía!, ¡qué impostura!, ¡qué desvergüenza!. Juego de naipes con etimologías, obviedades planteadas con aplomo… ¡con éxito de crítica y público!. La excusa para tamaña afrenta al buen sentido ha sido el término «viabilidad». Tremendo.

Por un momento he entendido a T.S. Eliot, escapando, renunciando a la nacionalidad estadounidense y exagerando sus maneras británicas hasta el paroxismo. La cuestión es huir, claro, pero... ¿hacia dónde?.

Pero la naturaleza me ha devuelto el buen ánimo que la impostada civilización amenazaba con arrebatarme. No tenía recuerdo de haber visto una luciérnaga en mi vida. Decenas de ellas revoloteaban frente a mi porche a la hora del crepúsculo, luces cómplices respondían desde el bosque.

Jagged Little Pill es el disco de hoy. El diablo cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, un título que da para mucho y cuya lectura ―ante ustedes, aquí y ahora― prometo acometer.

domingo, 29 de junio de 2008

Sobre el día que no fui un hombre justo.

La confesión, digan lo que digan, acaba por hacerse necesaria. Digan lo que digan, es un paso hacia la redención, y de eso todos estamos también necesitados. En el catolicismo, por ejemplo, la confesión no es sólo un paso, sino incluso una vía. Digan lo que digan el catolicismo (quizá debiera decir cristianismo, pero no estoy seguro) con todo lo que contiene -aunque lo contiene de forma particular-, con todo su judaísmo y su tradición grecolatina y su sentimiento de unidad y destino; y también con toda su caridad, su crueldad y su patetismo está en la raíz misma de la cultura europea. Desde luego, está en la raíz de todo lo español, o de todo lo que se conoce y reconoce como español. A mí, todo esto que se conoce y reconoce como español siempre me ha suscitado un doble sentimiento. Por una parte, nunca me ha servido para identificarme. Si quiero pensar en términos de tradición, de caracter etc, entonces, todo lo hispano me es ajeno. Pero, al mismo tiempo,no puedo pensar en ello con la frialdad de lo extraño. No encuentro en eso que llamamos España -yo también, claro- ni la atracción de lo exótico ni el calor de lo cotidiano, aunque sin duda estoy más cerca de lo segundo que de lo primero.
Dicho esto, cuando juega la selección española, es, con mucho, mi primera opción. No quiere decir que no me hubiese gustado ver una selección gallega pasearse por ahí, claro. Me habría encantado ver a once paisanos cantando nuestro himno, pedestre y sentimental, justo después de la fanfarria heroica alemana. Como esto no es así, voy con España.
Entonces, hace casi un mes. Dejé de ser justo. Sucedió por error, pero no es disculpa. Hace casi un mes dije que nunca antes había tenido menos esperanzas de ver a la selección española hacer algo importante. Tenía mis razones, claro. No eran muchas, pero me parecían contundentes. La más importante, es que no veía defensa. A quien no le guste el fútbol no acabará de entender la decepción que hay en un comentario así. Cuando somos niños, y nos gusta el fútbol -o no nos gusta, pero ponemos en él todo el interés del mundo, por aquello de la integración- nos parece que un equipo gira en torno a cuatro jugadores buenos. El equipo más grande es el que tiene la estrella más rutilante, y es el que debe ganar. Entre otras cosas, por mera justicia. Eso cuando somos niños. Luego, si todavía nos gusta el fútbol, vamos acostumbrándonos a las derrotas. Esto pasa siempre y no importa el club que guste a cada uno ni qué selección apoye. Si tienes suerte y eres brasileño y del Real Madrid (pudiera ser) lógicamente te llevarás menos decepciones que si eres del Atlético y andorrano. Puede que no sea una cuestión de suerte, pero es igual. En cualquier caso, tienes que aprender a perder. Aprender a perder pasa por encontrarle a la derrota un sentido, que no tiene por qué ser una finalidad -este es un prejuicio muy extendido. A veces basta con una causa. Cualquier cosa que comunique con la razón, y la razón, en el fútbol, pasa por los defensas fuertes, por los equipos ordenados y los centrocampistas atléticos con complejo de guardianes mitológicos de sus parcelas sagradas. Entonces, futbolísticamente, te has hecho mayor. Te has hecho prudente y un poco aburrido también. Los futbolistas buenos son sólo parte del pastel, pero no te crees lo que pregonan, porque responde a una forma de jugar y ver el fútbol que es demasiado infantil, demasiado inocente.
Quiero escribir esto antes de la final, que no sé si ganará o no la selección española. No voy a decir que eso da igual -no sería cierto- pero un poco sí que da igual. Yo tengo que confesar y disculparme por no creer en la única forma de jugar al fútbol que realmente puedo entender. No soy partidario de ningún club. No soy fanático de ninguna selección. Me gusta el fútbol, me gusta el juego y por primera vez en años (bastantes años) he visto algo parecido a cómo era el fútbol cuando era niño. No el fútbol que veíamos, claro, ni mucho menos el fútbol al que jugábamos, sino el fútbol que imaginábamos y en el que creíamos como se creía en los cuentos que, más adelante, no volvemos a leer. Cuentos que nunca volvemos a leer porque son cuentos infantiles, cándidos: demasiado ingenuos para el fútbol real.

sábado, 28 de junio de 2008

Nueva Inglaterra me ha recibido tal y como la dejé. Aristóteles dijo ―hablando del tiempo― que si el alma no percibe cambio es como si el tiempo no pasase. Está claro, las dimensiones por las que se rige nuestra experiencia ―espacio y tiempo― son, desde luego, un estado mental. Es como si este año no hubiera existido, los bosques, el campanario que está junto a la “Uris Library” dando las horas, el olor de los libros… todo sigue igual. En la 92WICB suena “Box full of letters” del primer disco de Wilco. Cuando, hace años, me hice con ese disco siempre me transportó a un lugar como Ithaca, jamás había oído esa canción en la radio… ahora, en un maravilloso cortocircuito en la corriente temporal, esa música trae junto a mí parte de esa adolescencia que no termino de abandonar, amigos de la carretera que ya no volverán ―no hay nadie muerto pero ninguno somos ya los de entonces―, y los ojos a los que parezco haber sellado mi destino. En este lugar, la 92WICB no es la mejor emisora del mundo, es la única.

Los chicos del lago llenan el arcén con sus coches, ellos y yo habitamos el mismo lugar en el mismo tiempo, pero estamos lejos ―muy lejos― de ser uno. Aquí no estoy solo, conmigo están todos los que quiero al otro lado del mar, esos tipos de ojos claros y mirada insolente que se alzan desde la distancia no sé quiénes son, y, desde luego no son reales.

Es como si al pedalear por estos caminos no sólo se pusiese en movimiento la bicicleta sobre la que viajo, sino que, como si de un fantástico generador se tratase, se pusiese en marcha el engranaje de la máquina que produce la realidad. Naturaleza, música y gente se alían para que aquí todo funcione. Y, a ratos, me parece que toda esa melodía emerge del movimiento que imprimo a los pedales.

viernes, 20 de junio de 2008

A esta ciudad le falta un río.



Uno de esos frente a los que uno se sienta y le pregunta cosas. Todas las canciones del mundo acaban en un río. Y el río más largo del mundo es el Mississippi, lo dijo Borges, pero es que, además, es algo que todo el mundo sabe. Yo, por mi parte, siempre que me siento frente a uno, me gusta pensar que lo que corre ante mis ojos es ese Mississippi.


No era un bar donde estuve el martes sino en la sala de juntas de la facultad. Siempre que acudo a una reunión me acuerdo de cuando iba al instituto. ¿Dónde demonios estaba toda esta gente?, ¿quiénes eran? No logro dar con la respuesta. Pienso en aquella clase y juego a adivinar cómo se ganará la vida cada uno, pero a estos tipos no logro imaginármelos con aquellos años. De hecho, a duras penas puedo situarlos fuera de esos muros. Cuando, muy de vez en cuando, reconozco a alguno por los pasillos, sus gestos y movimientos indican que ése -el mundo sometido a las vulgares leyes de la física- no es su medio.


Cada vida tiene su cénit.


Siempre quise vivir dentro del vídeo de "Rattle and Hum". Es posible que no ande lejos.


Para empezar

Como alguna vez he querido ser músico, y no he podido, en algún momento empecé a escribir -creyendo que sí podría escribir- a partir de una introducción que pudiese cumplir las mismas funciones que cumple la clave al principio del pentagrama. Una señal que sirviese para atravesar lo escrito y dotarlo de una cierta dirección en la lectura. Este párrafo pretende cumplir esta función, y al mismo tiempo, lo que hoy escriba aquí me gustaría que cumpliese la misma función respecto a cualquier futura intervención mía en este espacio.

Hay un punto de vista -y seguramente más- desde el cual la casualidad es siempre necesidad. Hay otro punto de vista -y seguramente más- desde el cual la casualidad y la necesidad son términos que, se repelen, y donde cabe una, la otra es imposible. Podemos escoger cualquiera de estos puntos de vista -y, por última vez, seguramente más- para valorar lo que sigue.
Primero: que esta relación entre casualidad y necesidad describe una distancia muy semejante a la que tradicionalmente ha mediado en el mundo judeocristiano entre Dios y Lucifer. Identidad u oposición. Igual que en la relación entre necesidad y casualidad, la segunda proposición, aquella que supone que la distancia entre esos dos términos es absoluta, ha sido siempre la más popular. La primera es, por el contrario, la proposición defendida por aquellos que en un momento u otro han sido tachados, a menudo para su propia satisfacción, de "diabólicos". Ya se sabe, hay gente que no se entera de nada.
Segundo:que Todorov ha ganado de repente el premio príncipe de Asturias. Y lo interesante no es que haya ganado el premio, sino el hecho de que lo haga ganado "de repente", cuando ya parecía que no iba a ganar nada -lo cual hubiese carecido absolutamente de importancia- y que lo ha ganado cuando yo acabo de encontrar un artículo suyo, en el ejemplar de Communications de 1966, con un epígrafe llamado "Signos y síntomas" que empieza diciendo "Las semiología estudia los significados que realzan la cultura, y no la naturaleza" y que me viene de perlas para el punto tercero.
Tercero: que esta entrada había nacido para reseñar un bar, y que todo lo demás es, por tanto, un mero accidente. Un accidente provocado, eso sí, por el hecho de que es la primera vez que me asomo por estos lares y también provocado por Todorov, y porque ya hacía tiempo que quería dejarme caer por acá, y por el calor, y por la nostalgia. Un accidente, por tanto, muy pendiente de la necesidad más absoluta. De los elementos de la enumeración anterior, tal vez tenga que justificar la nostalgia. La nostalgia viene porque es un bar da miña terra galega (onde o ceo é sempre gris) Un bar que se llama "Negra Sombra", como el poema de Rosalía. Un bar donde se puede escuchar a Bill Evans y beber cerveza (Estrella, claro). Un bar que era una casa vieja (vieja, no antigua) y que sigue siendo una casa vieja, pero en el que se puede ver una partida de ajedrez eterna entre dos hombres cerca de la cincuentena, que por su aspecto pueden ser marineros, funcionarios o terroristas. Un bar en el que se puede comprar un libro de Schulz -magnífico, por cierto- y en el que hay una terraza oculta entre edificios a medio derruir, envuelta en zarzas antiguas (estas sí). Un bar en el que uno piensa que tendría que encontrar la manera de ir con algunos amigos, y esto es, al final, lo importante de toda la historia.

viernes, 13 de junio de 2008

Siempre se escapa lo importante, y el tiempo no mejora. Y, si mejora, desde luego no acompaña.

Los grupos bancarios que operan en España han ganado en el primer trimestre de 2008 un diez por ciento más que en el mismo periodo del año anterior.

La Unión Europea aprueba la posibilidad de ampliar la semana laboral a 65 horas.

Ancianos antes de los treinta, asistimos -indolentes- a un mundo secuestrado por la generación que no quiso cambiarlo. En las contadas ocasiones en las que el relevo se produce, sirve para constatar, en el mejor de los casos, que la ilusión no suele ir acompañada de talento. La otra variante consiste en la sustitución de una comadreja por otra.

Yo, por mi parte, me vendería al diablo por un poco de ilusión. Lo cual no quiere decir, en modo alguno, que ande sobrado de talento.

Lo único que parece distinguirnos es nuestra particular conducta de consumo.

Ya no se hacen canciones como las de antes. Las pocas que se salvan lo hacen porque, de alguna forma, nos recuerdan a las de antes. De cuando en cuando acontece una excepción. El mundo, entonces, se revela en su cifra.

Pensaba comenzar con Kafka -a lo mejor lo he hecho- pero prefiero traer para el caso una frase de Mike Tyson: "Fui viejo demasiado pronto y listo demasiado tarde."

Toda esta melancolía es, sin duda, un fenómeno urbano.

Se hace tarde y no hay más glosa que la que arde.

domingo, 8 de junio de 2008

La noche es para los que se aman.