viernes, 20 de junio de 2008

Para empezar

Como alguna vez he querido ser músico, y no he podido, en algún momento empecé a escribir -creyendo que sí podría escribir- a partir de una introducción que pudiese cumplir las mismas funciones que cumple la clave al principio del pentagrama. Una señal que sirviese para atravesar lo escrito y dotarlo de una cierta dirección en la lectura. Este párrafo pretende cumplir esta función, y al mismo tiempo, lo que hoy escriba aquí me gustaría que cumpliese la misma función respecto a cualquier futura intervención mía en este espacio.

Hay un punto de vista -y seguramente más- desde el cual la casualidad es siempre necesidad. Hay otro punto de vista -y seguramente más- desde el cual la casualidad y la necesidad son términos que, se repelen, y donde cabe una, la otra es imposible. Podemos escoger cualquiera de estos puntos de vista -y, por última vez, seguramente más- para valorar lo que sigue.
Primero: que esta relación entre casualidad y necesidad describe una distancia muy semejante a la que tradicionalmente ha mediado en el mundo judeocristiano entre Dios y Lucifer. Identidad u oposición. Igual que en la relación entre necesidad y casualidad, la segunda proposición, aquella que supone que la distancia entre esos dos términos es absoluta, ha sido siempre la más popular. La primera es, por el contrario, la proposición defendida por aquellos que en un momento u otro han sido tachados, a menudo para su propia satisfacción, de "diabólicos". Ya se sabe, hay gente que no se entera de nada.
Segundo:que Todorov ha ganado de repente el premio príncipe de Asturias. Y lo interesante no es que haya ganado el premio, sino el hecho de que lo haga ganado "de repente", cuando ya parecía que no iba a ganar nada -lo cual hubiese carecido absolutamente de importancia- y que lo ha ganado cuando yo acabo de encontrar un artículo suyo, en el ejemplar de Communications de 1966, con un epígrafe llamado "Signos y síntomas" que empieza diciendo "Las semiología estudia los significados que realzan la cultura, y no la naturaleza" y que me viene de perlas para el punto tercero.
Tercero: que esta entrada había nacido para reseñar un bar, y que todo lo demás es, por tanto, un mero accidente. Un accidente provocado, eso sí, por el hecho de que es la primera vez que me asomo por estos lares y también provocado por Todorov, y porque ya hacía tiempo que quería dejarme caer por acá, y por el calor, y por la nostalgia. Un accidente, por tanto, muy pendiente de la necesidad más absoluta. De los elementos de la enumeración anterior, tal vez tenga que justificar la nostalgia. La nostalgia viene porque es un bar da miña terra galega (onde o ceo é sempre gris) Un bar que se llama "Negra Sombra", como el poema de Rosalía. Un bar donde se puede escuchar a Bill Evans y beber cerveza (Estrella, claro). Un bar que era una casa vieja (vieja, no antigua) y que sigue siendo una casa vieja, pero en el que se puede ver una partida de ajedrez eterna entre dos hombres cerca de la cincuentena, que por su aspecto pueden ser marineros, funcionarios o terroristas. Un bar en el que se puede comprar un libro de Schulz -magnífico, por cierto- y en el que hay una terraza oculta entre edificios a medio derruir, envuelta en zarzas antiguas (estas sí). Un bar en el que uno piensa que tendría que encontrar la manera de ir con algunos amigos, y esto es, al final, lo importante de toda la historia.

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