domingo, 29 de junio de 2008

Sobre el día que no fui un hombre justo.

La confesión, digan lo que digan, acaba por hacerse necesaria. Digan lo que digan, es un paso hacia la redención, y de eso todos estamos también necesitados. En el catolicismo, por ejemplo, la confesión no es sólo un paso, sino incluso una vía. Digan lo que digan el catolicismo (quizá debiera decir cristianismo, pero no estoy seguro) con todo lo que contiene -aunque lo contiene de forma particular-, con todo su judaísmo y su tradición grecolatina y su sentimiento de unidad y destino; y también con toda su caridad, su crueldad y su patetismo está en la raíz misma de la cultura europea. Desde luego, está en la raíz de todo lo español, o de todo lo que se conoce y reconoce como español. A mí, todo esto que se conoce y reconoce como español siempre me ha suscitado un doble sentimiento. Por una parte, nunca me ha servido para identificarme. Si quiero pensar en términos de tradición, de caracter etc, entonces, todo lo hispano me es ajeno. Pero, al mismo tiempo,no puedo pensar en ello con la frialdad de lo extraño. No encuentro en eso que llamamos España -yo también, claro- ni la atracción de lo exótico ni el calor de lo cotidiano, aunque sin duda estoy más cerca de lo segundo que de lo primero.
Dicho esto, cuando juega la selección española, es, con mucho, mi primera opción. No quiere decir que no me hubiese gustado ver una selección gallega pasearse por ahí, claro. Me habría encantado ver a once paisanos cantando nuestro himno, pedestre y sentimental, justo después de la fanfarria heroica alemana. Como esto no es así, voy con España.
Entonces, hace casi un mes. Dejé de ser justo. Sucedió por error, pero no es disculpa. Hace casi un mes dije que nunca antes había tenido menos esperanzas de ver a la selección española hacer algo importante. Tenía mis razones, claro. No eran muchas, pero me parecían contundentes. La más importante, es que no veía defensa. A quien no le guste el fútbol no acabará de entender la decepción que hay en un comentario así. Cuando somos niños, y nos gusta el fútbol -o no nos gusta, pero ponemos en él todo el interés del mundo, por aquello de la integración- nos parece que un equipo gira en torno a cuatro jugadores buenos. El equipo más grande es el que tiene la estrella más rutilante, y es el que debe ganar. Entre otras cosas, por mera justicia. Eso cuando somos niños. Luego, si todavía nos gusta el fútbol, vamos acostumbrándonos a las derrotas. Esto pasa siempre y no importa el club que guste a cada uno ni qué selección apoye. Si tienes suerte y eres brasileño y del Real Madrid (pudiera ser) lógicamente te llevarás menos decepciones que si eres del Atlético y andorrano. Puede que no sea una cuestión de suerte, pero es igual. En cualquier caso, tienes que aprender a perder. Aprender a perder pasa por encontrarle a la derrota un sentido, que no tiene por qué ser una finalidad -este es un prejuicio muy extendido. A veces basta con una causa. Cualquier cosa que comunique con la razón, y la razón, en el fútbol, pasa por los defensas fuertes, por los equipos ordenados y los centrocampistas atléticos con complejo de guardianes mitológicos de sus parcelas sagradas. Entonces, futbolísticamente, te has hecho mayor. Te has hecho prudente y un poco aburrido también. Los futbolistas buenos son sólo parte del pastel, pero no te crees lo que pregonan, porque responde a una forma de jugar y ver el fútbol que es demasiado infantil, demasiado inocente.
Quiero escribir esto antes de la final, que no sé si ganará o no la selección española. No voy a decir que eso da igual -no sería cierto- pero un poco sí que da igual. Yo tengo que confesar y disculparme por no creer en la única forma de jugar al fútbol que realmente puedo entender. No soy partidario de ningún club. No soy fanático de ninguna selección. Me gusta el fútbol, me gusta el juego y por primera vez en años (bastantes años) he visto algo parecido a cómo era el fútbol cuando era niño. No el fútbol que veíamos, claro, ni mucho menos el fútbol al que jugábamos, sino el fútbol que imaginábamos y en el que creíamos como se creía en los cuentos que, más adelante, no volvemos a leer. Cuentos que nunca volvemos a leer porque son cuentos infantiles, cándidos: demasiado ingenuos para el fútbol real.

1 comentario:

David dijo...

Estando de acuerdo en lo esencial, hay una cosa que no me queda clara, ¿quién ―en esta Eurocopa― ha practicado ese «fútbol infantil»?, ¿la selección española, Holanda, Portugal? Por lo que cuentan la segunda parte contra Rusia debió de ser legendaria, no tuve ocasión de verla (estaba viendo cómo pasaban las horas en el aeropuerto de Philadelphia), ¿lo suficiente para resucitar sus infantiles anhelos? En caso afirmativo me alegro enormemente.

Yo espero que gane España esta noche, significará que, por fin, comenzamos a ser un país «moderno» ―no nos olvidemos, por cierto, de que en esto, como en tantas cosas, los del baloncesto han sido unos pioneros― y con menos complejos.

Aquí el petulante Dragó ha dado en el clavo con el título de su libro: «Y si habla mal de España… es español». Está de más decir que no pienso leerlo, claro. Pero un buen título es mucho más que un comienzo, como usted sabe. El tema de la nación, el sentimiento y demás me parece fascinante, propongo retomarlo para otra ocasión. Porque en unas horas se juega «EL ENCUENTRO». Insisto, espero que ganemos pero, he de hacer notar unas cuantas cosas:

1.Me parece un despilfarro y una insensatez el tener a un jugador como Fernando Torres y desaprovecharlo de esa manera

2.He echado de menos a Guti en todos y cada uno de los partidos

3.Sin tratar de menoscabar la calidad de su admirado Xavi, creo que Cesc es infinitamente más conveniente para nosotros. Si se trata de ganar partidos, claro. La cosa es que ambos podrían jugar a la vez.

Propongo también retomar la cuestión de los sueños infantiles, los niños rara vez se equivocan ―al fin y al cabo están más cerca de lo primigenio― y, recuerde, a ratos considero que «la discusión» no es si Robert Louis Stevenson es bueno o si es el mejor, la cuestión es si acaso es el único.

Por mi parte estaré sintonizando «Carrusel Deportivo» desde los bosques de la «Finger Lakes Region».

Reciba un cordial saludo, usted y todos los que nos acompañan.