martes, 21 de octubre de 2008

Sin que repose

Escribo a borbotones. 

«Batman: El caballero oscuro» (The Dark Knight) es una película excelente. 

«Vicky Cristina Barcelona» tenía una pinta terrible, y el caso es que no está nada mal A priori la idea de contemplar un vídeo promocional de la ciudad condal a lomos de los omnipresentes Bardem y Scarlett Johansson no me seducía demasiado. La presencia de Penélope Cruz no añadía nada bueno al extraño combinado. Pues he aquí que Bardem no empalaga, Scarlett está correcta y Penélope protagoniza la escena más intensa del film ―y, en general, está bastante graciosa―. Si aún no lo han hecho, véanla en versión original. 

La de Batman, insisto, demoledora. 

Además me he comprado, a hurtadillas, «El silencio de las sirenas» (el volumen de fragmentos póstumos de Kafka). En la editorial Debolsillo (son las mismas traducciones que las de Galaxia Gutenberg). Abriéndolo al azar he encontrado momentos a la altura de sus «Aforismos». Y eso ya es mucho.

Le Clezio

En realidad no tengo un interés especial en escribir sobre Le Clezio. Tampoco me desespera, la verdad, aunque escribo esto un poco porque es lo que me toca, porque no puedo desilusionar a aquellos que todavía me creen algo así como un quintacolumnista del adormecido poder francés. Por mi parte siempre he intentado negar esta filiación, pero sin demasiado éxito por el momento. Resignación. Le Clezio.
No tengo nada malo que decir de Le Clezio. Tampoco mucho más que decir, la verdad. No es un mal escritor. Al contrario, escribe bien, muy bien incluso. El problema es que vuelvo a no tener mucho más que decir.
Le Clezio comenzó escribiendo en la época del Nouveau Roman. Su primera novela fue El atestado. La novela bebe del Nouveau Roman, sí, y bebe también de Camús. Yo, por ejemplo, creo que bebe mucho más de Camús, pero este juicio no vale demasiadoy reconozco que lo sostengo sobre todo por una sensación mía -no quiere decir que sea el único en defenderlo- y quizás también por empecinamiento. En fin, no es malo empecinarse. Le Clezio recuerda a Camús, o a mí me recuerda a Camús. Pero Le Clezio no es Camús -aunque escribe muy bien Le Clezio- y a lo mejor por eso hay un momento en el que Le Clezio renuncia a parecerse más a él. Le Clezio se va alejando de Camús y de la literatura furiosa (nunca demasiado) y angustiada de sus primeros años. Conoce Centroaméria y se convierte en un escritor tranquilo. Se enamora de la naturaleza y en sus libros aparece un ecologismo intelectual, cálido, amable y hermoso. Un ecologismo avant la lettre, en cierta medida, porque Le Clezio lo escribe y lo practica antes de que el ecologismo se pusiera de moda y también antes de que la cuestión fuese considerada válida en términos intelectuales -puede que siga sin serlo-.
No es un mal premio nobel Le Clezio. No es un mal escritor. No es un escándalo que lo hayan premiado. En realidad quienes se escandalizan -haberlos haylos- son los mismos que se empeñan en negar todo valor al premio mientras el tono de su discurso es el de quien ha erigido el Nobel como una especie de competición internacional, como unas olimpiadas de la literatura por ver quién tiene al mejor escritor del mundo, al campeonísimo en la prueba de las veintiseis letras libres (con obstáculos).
Le Clezio no es un mal nobel.
El problema es que eso es todo.

miércoles, 15 de octubre de 2008

La exageración como una de las bellas artes

Nunca leo los comentarios en los blogs. No es para estar orgulloso. Es más bien el reflejo de una pereza patológica que me limita un tanto como navegante del universo web. Si los comentarios no siguen inmediatamente a las entradas, si es necesario abrir un enlace nuevo y esperar la carga, esos segundos, que seguramente malgastaré en peores menesteres, bastan para disuadirme. Pienso que, tal vez, esta resistencia se debe a algo peor que la pereza y tiene que ver con mi inercia de lector de libros, de impostor en el mundo informático. En el libro, cambiar de sección, cambiar de linea, buscar un término, exige un cierto movimiento. Es vago, pero hay acción. En el blog, en la web, el cambio implica, simplemente, espera. Esperar, para quien no lo sepa, es la peor de las torturas para un perezoso. Esperar no es divagar haraganear, ni tiene nada que ver con la holgazanería ni con el ocio. Es una tarea y una exigencia de este medio para el que no estoy del todo preparado y que, en el peor de los casos, me conducirá a la inadaptación social por incapacidad cibernética.

Comento esto porque, por casualidad,he leído un comentario en este mismo blog. Un comentario hecho hace varios meses a una entrada mía y que dice algo así como "La pregunta no es si Stevenson es o no el mejor. La pregunta es si es el único". El comentario no es, esencialmente, ni cierto, ni falso. El comentario es, únicamente, exagerado. Entenderemos aquí como exagerado esa categoría que no tiene nada que ver con los correcto o lo incorrecto. En este momento, si alguien decide acudir a su arsenal de citas de Frege o de Russell es muy libre de hacerlo, pero no creo que tenga nada que ver con eso -quizás sí, es sólo una opinión. La exageración pertenece a una categoría que tiene que ver con lo poético -tal y como lo definía Jakobson- y con lo lúdico -tal y como Jakobson olvidó definirlo- y afirma más una voluntad que un objeto. Dicho de otro modo, si tuviésemos que decidir si la exageración, al menos cierto tipo de exageraciones, son expresivas o referenciales tendríamos que escoger la primera, pero entonces estaríamos limitando su potencial. La exageración tiene por objeto la expresión de un deseo. Tal vez el término "deseo" no sea el más correcto. Si deseo implica voluntad es abiertamente inadecuado. Quizás deberíamos hablar de un mundo imaginario o supuesto o quizás "exagerar" resuma todo esto ya desde el principio. Como dijo una vez D. Ángel Gabilondo, mientras sacudía una hoja de papel: "lo hemos puesto todo perdido de palabras"

lunes, 13 de octubre de 2008

Soberbia de alfombra

Juan Manuel de Prada adopta una pose que, a todas luces, le viene grande. Un examen frenológico concluiría que la forma en que encaja el mentón al terminar de hablar, unida a la insolencia que despide desde el otro lado de esas gafas, corresponden sin duda a una psique desviada. Sus opiniones políticas son tan viscosas como su amontonada presencia y, cuando desciende a esa arena, los argumentos que esgrime lindan lo bufo.

Pero el caso es que me parece que escribe bien. De momento solo me he acercado a alguna que otra de sus reseñas literarias. No suelo, además, estar de acuerdo con el fondo de las mismas. Pero, insisto, me parece muy competente en el manejo del verbo castellano. La precaución y el escrúpulo me impiden transitar sus novelas. Les pido ayuda y consejo desde este espacio siempre insólito.