lunes, 21 de julio de 2008

La vieja e inquietante América


Hace ya unos días que vi The Old, Weird America: Harry Smith’s Anthology of American Folk Music (no sé cómo se traducirá finalmente pero sería algo así como: La vieja e inquietante América: Antología de la música folk americana a cargo de Harry Smith).

Podría decirse que Harry Smith es al folk lo que Alan Lomax es al blues. En 1952 ―nótese que aún no había internet― Harry Smith puso en el mercado una monumental colección de seis discos (ochenta y cuatro canciones) de música tradicional americana grabada a finales de los años veinte y comienzos de los años treinta del pasado siglo. Cada canción incluía una nota biográfica del autor, recortes de prensa de la época, referencias cruzadas a otras interpretaciones, dibujos… En definitiva, una labor archivística y sintética sobrehumana. La compilación de Harry Smith permitió la difusión de un legado que, de otro modo, hubiera caído en el olvido más absoluto. El resurgir de la música folk en los años sesenta posibilitó el encuentro entre algunos de los intérpretes de esas canciones y la nueva hornada de artistas que se arremolinaban en torno a los campus americanos. El choque era evidente. Ancianos de setenta años ―la mayoría de ellos no eran músicos profesionales― actuando frente a una multitud de jóvenes.

En 1991 la colección fue puesta en el mercado en formato cd y se organizaron una serie de conciertos conmemorativos. El propio Harry Smith recibió un Grammy honorífico por su labor. Ese mismo año, Harry Evertt Smith moría en el Hotel Chelsea de la ciudad de Nueva York.

En 1997 su celebrada colección se lanzó al mercado en formato cd y se organizaron varios conciertos conmemorativos en los que bandas «contemporáneas» ofrecían su particular visión de algunas de esas canciones.

La película en cuestión es un collage en el que se nos ofrecen imágenes de dichas actuaciones ―inexplicablemente ninguna canción completa― mezcladas con entrevistas a aquellos que le conocieron ―especialmente emotivo resulta el caso de Allen Ginsberg―, imágenes documentales del propio Harry Smith y de los mencionados encuentros entre los jóvenes de los sesenta y unos ancianos que les miraban con cierto estupor.

La película contaba con unos materiales excelentes pero el resultado es un tanto desigual. Lo más interesante lo constituyen sin duda las imágenes de archivo de los sesenta. Las apariciones de Harry Smith resultan ―perdóneme quien se sienta ofendido― un tanto patéticas. Me explicó, el tipo de arte que practicaba Harry Smith (no era tan solo un coleccionista sino que hacía películas, pintaba…) ha envejecido francamente mal, además, lo que gran parte del público de la sala donde vi la película interpretaba como una graciosísima excentricidad ―a juzgar por las risas con las que trufaban cada una de las apariciones de Smith en pantalla―, eran signos de una perturbación mental en toda regla. Ello se fue acentuando con los años, o tal vez Harry Smith simplemente se fue haciendo viejo. Y solo cabe describir como «pobre hombre» al tipo que a duras penas acierta a recoger el Grammy en el 91.

A la incomprensible decisión de no ofrecer ni una sola interpretación completa se une el dudoso criterio a la hora de elegirlas. Cuando uno cuenta con algunos de los músicos que mejor han sabido reinventar la música folk y convertirla en eso que llaman simplemente americana ―como es el caso de Rufus Wainwright o Wilco― resulta inexplicable como no son las suyas las interpretaciones elegidas. Nick Cave sí aparece, simplemente correcto. Beck bien, y quien está soberbio es Lou Reed… ¡en clave de blues!. Ya es la segunda vez que le veo en un lance parecido ―la otra ocasión fue en la muy recomendable The Soul of a Man de Win Wenders― con excelentes resultados. Es curioso porque, en su momento, la Velvet Underground se negaba a hacer ninguna canción blues por aquello de distinguirse del resto de bandas. Si alguna vez Lou Reed sacase un disco de blues yo sería el primero en hacer cola en la tienda. Qué bueno.

Pero, como decía, el resultado es un tanto irregular. Uno se queda con la sensación de que los artistas originales eran infinitamente más honestos y directos que las actuales bandas. Éstas últimas resultan un tanto afectadas, demasiado teatrales. Y, más grave todavía, lo que queda absolutamente manifiesto es cómo aquellos ancianos que tocaban en los porches para familiares y amigos, que en la mayoría de los casos jamás recibieron dinero alguno a cambio de su música… ¡eran mucho mejores músicos!. Con honrosas excepciones.

Insisto, la película es interesante ―cómo para no serlo con semejante material de partida― pero en modo alguno cambiará la vida de nadie. La mencionada The Soul of A Man me parece, por ejemplo, muy superior. Esto me recuerda que he de acometer la tarea de ver ―no de una tacada― todas las películas que forman el ciclo que Scorsese dedicó al blues.

Quizá una pregunta que flota en el aire es por qué el blues ha aguantado mejor el paso del tiempo que el folk, por qué resulta, en definitiva, más moderno. La réplica consiste en mostrar como uno de los estilos ―el mencionado americana― que gozan de mejor salud en el maltrecho panorama del rock no existiría sin el folk, claro.

A todo esto, después de llevar años diciendo que los últimos discos de Dylan no me terminan de convencer ―sobre todo porque ya no canta―, he de decir que el último, Modern Times, es tremendo.

Coda: el genio a la pluma no lo ha perdido jamás. Mississippi es una de las mejores poesías de todos los tiempos.

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