sábado, 28 de junio de 2008

Nueva Inglaterra me ha recibido tal y como la dejé. Aristóteles dijo ―hablando del tiempo― que si el alma no percibe cambio es como si el tiempo no pasase. Está claro, las dimensiones por las que se rige nuestra experiencia ―espacio y tiempo― son, desde luego, un estado mental. Es como si este año no hubiera existido, los bosques, el campanario que está junto a la “Uris Library” dando las horas, el olor de los libros… todo sigue igual. En la 92WICB suena “Box full of letters” del primer disco de Wilco. Cuando, hace años, me hice con ese disco siempre me transportó a un lugar como Ithaca, jamás había oído esa canción en la radio… ahora, en un maravilloso cortocircuito en la corriente temporal, esa música trae junto a mí parte de esa adolescencia que no termino de abandonar, amigos de la carretera que ya no volverán ―no hay nadie muerto pero ninguno somos ya los de entonces―, y los ojos a los que parezco haber sellado mi destino. En este lugar, la 92WICB no es la mejor emisora del mundo, es la única.

Los chicos del lago llenan el arcén con sus coches, ellos y yo habitamos el mismo lugar en el mismo tiempo, pero estamos lejos ―muy lejos― de ser uno. Aquí no estoy solo, conmigo están todos los que quiero al otro lado del mar, esos tipos de ojos claros y mirada insolente que se alzan desde la distancia no sé quiénes son, y, desde luego no son reales.

Es como si al pedalear por estos caminos no sólo se pusiese en movimiento la bicicleta sobre la que viajo, sino que, como si de un fantástico generador se tratase, se pusiese en marcha el engranaje de la máquina que produce la realidad. Naturaleza, música y gente se alían para que aquí todo funcione. Y, a ratos, me parece que toda esa melodía emerge del movimiento que imprimo a los pedales.

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