Uno de esos frente a los que uno se sienta y le pregunta cosas. Todas las canciones del mundo acaban en un río. Y el río más largo del mundo es el Mississippi, lo dijo Borges, pero es que, además, es algo que todo el mundo sabe. Yo, por mi parte, siempre que me siento frente a uno, me gusta pensar que lo que corre ante mis ojos es ese Mississippi.
No era un bar donde estuve el martes sino en la sala de juntas de la facultad. Siempre que acudo a una reunión me acuerdo de cuando iba al instituto. ¿Dónde demonios estaba toda esta gente?, ¿quiénes eran? No logro dar con la respuesta. Pienso en aquella clase y juego a adivinar cómo se ganará la vida cada uno, pero a estos tipos no logro imaginármelos con aquellos años. De hecho, a duras penas puedo situarlos fuera de esos muros. Cuando, muy de vez en cuando, reconozco a alguno por los pasillos, sus gestos y movimientos indican que ése -el mundo sometido a las vulgares leyes de la física- no es su medio.
Cada vida tiene su cénit.
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